Abogado, diplomático de carrera, doctor de la Sorbonne y escritor son algunas de las actividades desempeñadas por el embajador Juan Archivaldo Lanús, con quien conversamos acerca de su vida y de la realidad actual de la Argentina.
Por Susana Rigoz / Fotos: Fernando Calzada.
Más allá de su extensa y brillante carrera en el servicio exterior donde se desempeñó, entre otros cargos, como embajador ante las Naciones Unidas, embajador en Francia y representante ante la UNESCO-, de las misiones en la ONU, el FMI, la OEA y la Conferencia Mundial de Derechos Humanos que tuvo a su cargo, Juan Archibaldo Lanús tiene más de 200 publicaciones y es autor de varios libros. En el último de ellos, La Argentina inconclusa (2011), realiza un crudo análisis de la historia de nuestro país que llega hasta la actualidad e invita a los argentinos a construir la patria soñada por nuestros antecesores.
-¿Cómo se inició en la carrera diplomática?
-Después de recibirme de abogado, trabajé un tiempo en una financiera hasta que leí en un diario que se hacía un concurso para ingresar a la carrera diplomática. Renuncié sin pensarlo, me puse a estudiar y gané el puesto. Con el tiempo me especialicé en la parte económica de la Cancillería, en todo lo referido a negociaciones internacionales. Me encanta lo que hago y siempre fui muy estudioso. Estuve alrededor de 28 años fuera de la Argentina, muchos de los cuales los pasé en París.
Después de tantos años, ¿se siente un poco de ambas orillas?
-Sí, para mí Francia es mi segunda patria, tengo muchos amigos y creo que profesionalmente hice una tarea importante. En la actualidad, sigo viajando todos los años y me quedo en París un par de meses en los que doy conferencias y realizo actividades diversas.
-Conociendo tan a fondo ambos países, ¿cuál es la diferencia más destacable entre los dos?
-Son muchas, pero si tengo que elegir creo que la más notoria es que Francia es un país en el que se cumple la palabra al hablar de la palabra quiero decir la ley, los reglamentos, un país en el que las conductas son previsibles, donde existe una gran cortesía y la gente es muy educada. En la Argentina, por el contrario, hay una especie de no consideración del otro. Le doy un ejemplo, yo he mandado de regalo más de cien libros dedicados y jamás recibí un agradecimiento. Creo que el argentino ha perdido calidad humana y moral, es un hombre apurado, oportunista y calculador.
-Y, en el otro extremo, ¿qué cualidades propias podría resaltar?
-El argentino es simpático y agradable en el trato; interesado –aunque superficialmentepor muchas cosas; es un hombre abierto al mundo en el sentido de su curiosidad intelectual y se caracteriza por tener una emoción alor de piel. Por otra parte, cuenta con una doble moral: una en lo colectivo y otra en lo privado. Mientras que esta última es más rigurosa, porque es inadmisible ser ladrón de los amigos o trampear en ciertas cosas, en lo colectivo, por ejemplo, se puede violar una ley o no pagar impuestos y ser considerado una persona respetable. Esto es impensable en Europa o los Estados Unidos donde el cumplimiento de la ley forma parte del código de conductas sociales y cualquiera que haga algo incorrecto es muy mal visto. Creo que en nuestra sociedad hay una gran impunidad, tanto social como sistémica judicial.
-Pareciera que las cosas no tienen consecuencias.
-Es que no las tienen. Nadie es responsable de nada. Basta ver lo que ha pasado en los últimos tiempos con las políticas económicas, cómo se ha saqueado y destruido la moneda... Un hombre rico o con poder en nuestro país se cree un ser superior, algo que salvo en el caso de los dictadores o los enfermoses impensable en otros países, donde el culto a la personalidad es un defecto. Hay una especie de empaque argentino, una arrogancia, una exaltación del ego que se considera normal.
-En su libro La Argentina inconclusa, usted habla de que en los países latinoamericanos en general, salvo el caso de Chile y Uruguay, padecemos de esta falta de respeto por las leyes. ¿A qué atribuye esta particularidad?
Aunque no lo sé con certeza, creo que se relaciona con nuestra dificultosa formación nacional. En EE.UU., por ejemplo, la guerra de la independencia fue muy breve, se resolvió con dos grandes batallas y todos los muertos están enterrados en el mismo lugar. Hay un sentido de unidad nacional, de pertenencia. Nosotros estuvimos más de 10 años luchando, vivimos un desgarramiento, perdimos el Alto Perú, Paraguay, Uruguay, después padecimos una guerra civil tan sanguinaria que ni siquiera se tomaban prisioneros sino que directamente se degollaba al perdedor. La Junta de Gobierno no tenía un proyecto claro, la prueba está en que tardamos más de cuarenta años –entre 1810 y 1853en tener una constitución que recién en 1860 estuvo vigente en todo el territorio. La construcción del Estado fue muy compleja y luego de establecerla, no la cumplimos. Todo se hacía a dedo y a través del fraude.
Basta pensar que una de las primeras consignas políticas pedía “comicios limpios” y que todavía seguimos lidiando con eso, al punto de tener que poner fiscales en las elecciones para que no nos trampeen. Apenas catorce años después de establecido el voto secreto y obligatorio, se rompió el orden constitucional al son de las marchas militares. Creo que en el fondo –a diferencia de otros países que de inmediato comenzaron a trabajar juntosnosotros tenemos como constante en nuestra política la discordia. Joaquín V. González en su balance del siglo la denominó la “hidra feroz” que nos impide avanzar, como si fuera una estructura antropológica de antagonismo. Muchos gobiernos se asientan sobre este antagonismo para hacer el juego de amigo enemigo que define la política. Es un extraño modo de entender la vida en común.
-Usted también afirma que el pueblo argentino tuvo desde sus inicios una vocación innata por educarse. ¿Cree que esa característica se mantiene en la actualidad?
-No. Lo dije... en pasado. En el siglo XIX se evidenciaba ese afán por progresar, por aprender. Laeducaciónfueunmitoargentino porque el progreso es sobre todo educativo en nuestro país donde carecemos de la base propia de los pueblos ancestrales. En Afganistán, por ejemplo, desde pequeños los niños aprenden conceptos y valores basados en la tradición y en los textos sagrados. Nosotros somos estados laicos, la casa es el Estado-Nación y el motor que debemos tener es el progresar, el ser.
-¿En qué momento estima que perdimos el afán de conocimiento y el espíritu de sacrificio?
-Creo que ha habido una política destinada a destruir una concepción laica y unitaria, dirigida a separar lo público de lo privado. Esta distancia se fue incrementando con el tiempo en desmedro de la calidad educativa que, a mi juicio, fue siempre excelente en el sector público. Antes se construían grandes escuelas que hoy se destruyen o se venden como shoppings. Otro problema que incide es la pobreza porque es en los colegios públicos donde estudian quienes menos tienen y, simultáneamente, donde hay menos graduados. En la Argentina hay un millón de niños que no estudian ni trabajan y en muchas familias la educación ha dejado de identificarse con el mito de ascenso y perfeccionamiento social, producto de una cultura mediática basada en el éxito, en el físico, incentivada por la droga. Es un tema muy complejo.
-¿Será este el motivo por el cual la Argentina ha caído estrepitosamente en el ranking de las pruebas de evaluación internacional –PISArealizadas por la Organización de Cooperación y bajadores. La idea de la excelencia, la necesidad de vincular el progreso y el status social con el esfuerzo se fue perdiendo en favor de una tómbola mediática. -¿Esta idea del hombre light es un problema argentino?
-En Europa no lo veo, en Francia por ejemplo ser bachiller representa un enorme esfuerzo que muchos no logran alcanzar. Hay una una determinada cantidad de puntos -500 en general, salvo para Medicina o Educación donde se exigen 800para ingresar a la universidad. En Chile hay importantes exámenes al finalizar el bachillerato y también en Brasil. Aquí, por el contrario, se considera que es una prueba discriminadora.
-Hay países –Alemania, España, Sudáfrica, entre otrosque han pasado por experiencias durísimas y, sin embargo, lograron reconciliarse, sobreponiéndose a sus diferencias. ¿Por qué razón la Argentina no logra superar sus conflictos?
Se lo voy a ejemplificar con una anécdota histórica. Los tribunales de Nüremberg juzgaron los crímenes de los alemanes durante la guerra y sentenciaron a muerte a 12 personas. En Argentina en 1956 hubo un seudo levantamiento liderado por el general Juan José Valle que no logró producirse porque fue sofocado y fusilaron a 32 personas, sin ley e incluso en muchos casos sin juicios. Esa es la gran diferencia. Pese al desastre social provocado por la máquina de guerra que fue el nazismo, en menos de una década Alemania estaba en marcha y se había reconciliado definitivamente. En la Argentina, por el contrario, no existe la capacidad de reconciliación, tenemos una especie de estructura antropológica de oposición: liberales y nacionales, civiles y militares, peronistas y antiperonistas, etc. Por esta razón es que creo que uno de los objetivos políticos más importantes para poder construir un país es bregar por la concordia nacional.
-¿Cómo ve la relación actual del ciudadano con sus dirigentes?
-Compleja, pero creo que con conductas claras y éticas la relación puede revertirse automáticamente. Cuando uno detecta un hombre bueno y justo cambia todo, hay una especie de afecto mimético en la sociedad. El hombre común percibe que la clase dirigente en todo su espectro, no solo político, ha desertado de sus deberes y responsabilidades, utilizando los privilegios para la exaltación de sus intereses personales, su ego, su búsqueda de poder, su codicia. La política misma ha transformadoelEstadoenunbotíndeguerra. Este proceso desnaturaliza completamente el sentido de la polis, las reglas de juego de cualquier sociedad y de la política misma, cuya finalidad es el bien común y la justicia. -Este proceder de la clase dirigente distancia a la gente de la participación política, estableciendo una especie de círculo vicioso en el que dejamos espacios vacíos para que sean ocupados por quienes no nos representan. -Claro, y esto está muy ligado a la corrupción. El que domina el Estado es quien tiene la prioridad de distribución, de manejo del ingreso nacional a través de prebendas y el capitalismo de amigos. Se arma una trama entre una ciudadela de negocios y el Estado administrador, donde el bien común –lo que pertenece a todosse desdibuja y el hombre que está buscando su lugar para convivir se pierde. -¿Cómo capturamos nuevamente el interés de la gente en la política? -Considero que es difícil. El ciudadano siente que no puede y gran parte de los jóvenes están llamados por el éxito, el facilismo, el dinero. En el siglo pasado, el militante era un idealista que defendía valores y propuestas. Hoy muchos pasan de uno a otro lado con una asombrosa facilidad. Esto se relaciona con la destrucción de los partidos que lleva a que la política no se discuta en ningún lado, hecho que genera una desafección de los jóvenes que no encuentran lugar. Los dirigentes son mediáticos, sin mandato concreto, dependen de sí mismos y no sienten ningún compromiso con los afiliados. Antes el hombre común se integraba a la sociedad a través del trabajo o la política pero ese mecanismo ha sido desacreditado y los candidatos son productos de shopping, representan lo que indican las encuestas.
-¿Es factible revertir esta situación?
-Sí. ¿De qué manera? Dándole vida nuevamente a los partidos para que haya plataformas y la gente pueda participar. Piense en los últimos presidentes de nuestro país, Alfonsín recitabalaconstitución;Menempedíaquelo siguieran y Kirchner decía: “Quiero ser un país normal”. No planteaban programas y además cambiaron varias veces el rumbo. No hay equipos de gobierno que puedan surgir del capricho de una encuesta. Hay que volver a asumir las responsabilidades complejas, populares, y pensar la política como la gestión colectiva de intereses comunes. Necesitamos gente que reafirme ideas, programas, que mire al país y no a sí mismo, que deje de lado el culto a la personalidad.
-Lucio V. Masilla en Una excursión a los indios ranqueles afirmó que la Argentina era “un país destinado a ser grande, pero la sociedad desarraigada y superficial parecía desertar de esa lógica”. ¿Está de acuerdo con esta reflexión?
-Creo que la Argentina es un gran proyecto nacional todavía inconcluso. Es un sueño no realizado de plenitud, de bienestar, de tolerancia, de muchas cosas que se perfilan en el fondo de nuestra literatura y que todavía esperan su concreción. Yo espero, aunque no estoy seguro de lograrlo, que podamos encontrar el camino para corrernos de este lugar. Siempre he trabajado para eso aunque sin mucho éxito. Un paso importante sería que se comenzara a tener en cuenta el conocimiento, la inteligencia. La falta de respeto al profesionalismo es una constante de los gobiernos, que suelen exaltar la política en detrimento de la competencia. En lugar de un Estado botín de guerra de la política, prebenda de los grupos que llegan al poder, debemos hacer un Estado profesional con instituciones serias y competentes. Si no logramos dar vuelta esta realidad, será muy difícil salir adelante.
-¿Cree entonces que todavía estamos a tiempo?
-Sí, la Argentina tuvo un destino promisorio. Como país hemos vivido un progreso rápido y la realización del mito extraordinario de la realización colectiva. En 50 años pasamos del malón al subterráneo y la misma persona que andaba en carreta vio el primer rascacielos. Fuimos menos afortunados en los bienes inmateriales como el derecho, el Estado, las reglas de juego de la sociedad y el orden político. Creo que el momento actual es un gran desafío, que la Argentina está –como diría Ortega y Gasseten un “recodo de la historia” que puede permitirnos despegar o, de lo contrario, seguir declinando.